¡Alégrate! (Lc 1,26-38).
“¡Alégrate! Porque eres llena de gracia, el Señor está contigo”. O, dicho de otro modo, “¡Gózate, complácete! Porque tienes el favor del Señor, y Él mismo es quien está y estará a tu lado”. Son las palabras con las cuales el ángel Gabriel saluda a la joven María.
No obstante, el mensaje no es para alegrarse. En otras palabras, dice: “tendrás un hijo; sí, tú, que estás de novia, pero no de tu futuro marido”. Algo perturbador y desesperante para una muchacha que vive en una sociedad que castiga severamente actos como éste. Por ejemplo, su novio podría romper el compromiso, unilateralmente, antes de la boda; lo cual, mancharía su honra para siempre, impidiéndole llevar una vida normal como, seguramente, la mayoría de sus amigas; hasta, le afectaría negativamente en lo económico. En resumen, una tragedia, desde cualquier punto de vista.
El diálogo continúa. La jovencita no entiende bien las palabras del mensajero, pues en ellas abunda el misterio y la irracionalidad. Se angustia y teme; luego, pregunta, o quizás busca aclarar, para detener cualquier intuición del ángel, diciendo que no convive con ningún hombre, y “descartándose” para la misión. Sin embargo, el ángel, que no tiene dudas, insiste, exponiendo la forma cómo sucederán los hechos, y garantizando la protección incondicional de Dios, para quien “nada es imposible”.
Al final, María asiente, decidida, poniéndose en las manos del Señor, en quien confía plenamente, al punto de identificarse como una esclava de Él.
¿Cómo responderíamos nosotros al ángel? ¿Con alegría o con temor? ¿Aceptaríamos la misión o la esquivaríamos? Como ayer, el mensaje dice hoy: “¡Alégrate! ¡No temas! Para Dios no hay nada imposible”. En los días difíciles que vivimos como sociedad, el Señor nos recuerda que en Él está el descanso; y nos llama a aceptar la misión de llevar luz a la sociedad en tinieblas, mediante su Palabra y sus promesas, encarnadas en nuestra confesión y testimonio. Sin embargo, cabe enfatizar lo siguiente: es mediante su Palabra. Por tanto, requerimos tener claro si nuestra confesión y testimonio es realmente mensaje del Señor, o si es idea nuestra. Sí, pues en no pocas oportunidades, aún con buenas intenciones, tendemos a confundir nuestras propias ideas con el Evangelio, a confundir la Buena Noticia del Señor con nuestras noticias; confusión que cambia todo el sentido, al relegar el poder de Dios y al someter la comprensión de su Palabra a ideologías, filosofías e interpretaciones de diversa índole, que sólo tienen apariencia de Evangelio, pero, que en el fondo, están muy lejos de Él, porque destruyen en vez de crear, destruyen relaciones y grupos, estropean buenas causas. ¿Cómo romper ese patrón? Como María: confiando en el Señor, esto es, escuchando, esperando y actuando sometidos a su Palabra que crea, que transforma, y que disipa nuestros temores, inseguridades, y falta de fe. Así, podremos vivir alegres y sin temor.
Le saluda Robinson Reyes