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en castellano: Gemeindebrief Sp. septiembre 2018docx
en alemán: Gemeindebrief D. sep 2018docx
Abajo el saludo de nuestra Pastora Hanna Schramm:
Estimados miembros, amigas y amigos de la comunidad El Redentor,
Cuando me preguntan por qué decidí ser pastora y si hay pastores en mi familia pienso en mi abuelo paterno, Großvati. El fue pastor; y no solo él, también mi bisabuelo y mi tatarabuelo. Lamentablemente el Großvati falleció cinco años antes que yo naciera. Soy la nieta menor por el lado paterno y materno. Creo que mis tíos han sido un poco como mis abuelos, pues sus primeros nietos tienen mi edad. Mi querida Großmutti vivió 20 años más que su esposo y alcanzó a participar en mi confirmación que fue un momento importante para mí.
Recuerdo que ella iba a vernos todos los años en navidad, dado que sus otros hijos eran pastores y estaban ocupados en esa fecha. Ella preparaba el ganso y sabía todas las estrofas de “Ihr Kinderlein kommet” que cantábamos antes de abrir los regalos. Aunque Großmutti me encontraba un poco agotadora, dada su edad avanzada, yo la quería mucho y ella también a mí. Me fascinaba esta Señora, muy culta, ya achicada por la edad y con su pelo blanco. Tampoco conocí a mi abuela materna. Falleció cuando mi mamá tenía 10 años. Tengo lindos recuerdos de mi abuelo materno y su segunda esposa pasando las vacaciones en su casa, pienso en la música, los gatos que tenían, los intentos de Opa de enseñarme leer el reloj… Él falleció cuando yo tenía 17 años. Siempre quedé con las ganas de haber conocido más a mis abuelos y de haber pasado más tiempo con los que sí conocí. Hacerles preguntas de cómo era la vida antes. Me encantaba ver las fotos de ellos cuando eran jóvenes. Me preguntaba cómo habían sido. Miraba los informes de estudios de teología de Großvati.
Gracias a Dios un tío archivó las cartas que se habían escrito cuando el abuelo paterno fue prisionero de guerra. Así me enteré de las tantas cosas que a mi abuela le tocó vivir, estando sola con tres niños pequeños hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Comencé a preguntar a mis padres y tíos por sus padres y cómo había sido la relación. Hoy siento una especie de añoranza de ellos, aunque a algunos de ellos, nunca conocí.
Todos nacimos y crecimos en una familia específica que Dios escogió para cada uno de nosotros. Una familia
con su historia, desafíos, debilidades y virtudes. De nuestra familia heredemos ciertas cosas como nuestra apariencia física, talentos, habilidades y debilidades. También nos transmite hábitos, costumbres, pensamientos, conductas de manera consciente e inconsciente. La familia es el ambiente más cercano en el cual aprendemos primero. Y quiénes “somos”, tiene que ver con quienes conforman nuestra familia. Aunque no siempre hemos conocido los abuelos o bisabuelos tenemos su DNA en sentido biológico, pero también sociológico, pues los hábitos también se heredan.
Por esta cercanía y conexión Dios le encargó al pueblo Israel lo siguiente:
“Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. 5 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. 6 Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. 7 Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte.” Deuteronomio 6,4-7
La primera responsable para enseñar sobre el amor por Dios, la relación con el creador es la familia, los padres y los abuelos. Interesante es cómo está descrito: “incúlcalas, háblales en tu casa, en el viaje, al acostarse…”
Podríamos concluir que los padres y abuelos les dictan a los hijos lo que saben de Dios: cómo tienen que vivir, qué tienen que hacer y por supuesto les imponen cómo vivir su fe.
Me imagino que muchos, sobre todos los mayores piensan: “Pero los jóvenes ya no quieren escuchar nada de los viejos.” O “Yo prefiero no decir nada, porque hoy todo es y se hace distinto y no quiero tener conflictos.”
Y los más jóvenes tal vez piensan: “Los mayores creen saber todo mejor, pero no comprenden que hoy la vida es distinta.”
Pero podemos entender “inculca, háblales lo que te dicto hoy” de otra manera: Puede significar que Dios pide a los mayores que se esfuercen en transmitir lo que es su voluntad. Que busquen las maneras más adecuadas y
que no dejen de comunicar sobre Dios, que no pierda presencia en sus vidas. Que sean perseverantes. Puede significar que Dios pide compartir lo que saben y lo que han experimentado con Él. Me encanta el “háblales en tu casa, de viaje, al acostarte, al levantarte…”. Me imagino contar cuentos sobre cómo Dios ha actuado, impactado, se ha hecho presente en las vidas y contar aventuras sobre cómo creer en Él ha permitido levantarse y comenzar un proyecto nuevo. Estoy segura que los mayores todos tienen un sinfín de historias para contar a los jóvenes. Para que se atrevan a contarlas tenemos que abrir nuestros corazones. Los mayores tienen que abrirse hacia los demás y valorar, compartir su vida. Los jóvenes tenemos que tener paciencia y disposición para escuchar y aprender.
Sin duda, no es fácil en tiempos en que las generaciones cambian cada vez más. La distancia se ha aumentado y se habla cada vez menos el mismo lenguaje, se comparte poco tiempo y experiencias. Por esto es más importante aún buscarse entre las generaciones y tomarse en serio. Comencemos a aprender de nuestros
familiares. Tenemos su genética. Ellos tienen información de vida, que hace entender mejor por qué soy quien soy y hago lo que hago. Los jóvenes tienen un tesoro inmenso de conocimientos en los familiares mayores. Los jóvenes preguntemos a los mayores por sus vidas con sus altos y sus bajos, seamos atentos. Los mayores hablan desde su corazón, de los momentos en que amaron a Dios y también de los momentos en que fueron incapaces amarlo. Conversen y mírense a los ojos. Ahí van a encontrar una inmensa sabiduría de la vida, ambos: mayores y jóvenes.
Les deseo tiempo y paciencia para poner en práctica este lindo llamado de Dios.
Les saluda Pastora Hanna Schramm